ATRAPADA EN VENECIA

SINOPSIS

 

Después de una dramática ruptura con Raúl, su primer y único amor desde la adolescencia, Lara, una joven de veintitrés años graduada en turismo y cuyo mayor deseo es viajar por el mundo, inicia una nueva vida lejos de su hogar y conoce a Carlos, un artista plástico de carácter bohemio e independiente, surgiendo entre ellos una fuerte atracción. Una serie de circunstancias adversas impiden que esa relación fructifique y se consolide.

Mientras trabaja en un club de alterne conoce a Marcos, un hombre enigmático y con enorme personalidad, doce años mayor que ella, que la seduce irremediablemente. Con él viajará a Venecia y se iniciará en los misterios de la Hermandad de la Luz, una sociedad secreta inspirada en creencias medievales y que practica rituales basados en el tantrismo.

Romanticismo, intriga, suspense, y un gran trabajo de investigación histórica son las claves de esta nueva novela de Leo Mazzola.

COMENTARIOS DE LA NOVELA

A diferencia de AMORES PROHIBIDOS, su anterior bilogía, en esta ocasión el autor ha querido enfrentarse al reto de crear una historia sobre un personaje femenino como protagonista principal, narrando sus amores y peripecias de toda índole.

El lector descubrirá aspectos inéditos de la ciudad de Venecia y se adentrará en los secretos y misterios que envuelven a las sociedades secretas de origen medieval.

Una novela muy dinámica en la que predominan los diálogos, con un ritmo en constante crescendo, muy romántica pero también realista, llena de personajes carismáticos, y en la que temas como el maltrato psicológico dentro de la pareja, el mundo de la prostitución, o las sectas, se abordan con el rigor que merecen.

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FRAGMENTOS DE LA OBRA

ATRACCIÓN

 

 

Lara se sentó en el sofá con el portátil entre sus piernas y David hizo lo propio en su pequeño escritorio que se situaba entre aquél y la barra americana de la cocina. Durante bastantes minutos estuvieron ambos en silencio ocupados con sus respectivos quehaceres hasta que finalmente Lara le preguntó:

—David, ¿podrías imprimirme un documento?

—Claro mujer, ahora conecto la impresora.

—Es mi curriculum. Mañana quiero llevarlo a una copistería y empezaré a repartirlo por ahí.

—¿Puedo verlo?

—Pues claro, aunque no hay mucho que ver.

Mientras se iniciaba la impresora David se acercó al sofá y se sentó junto a Lara. Ella giró la pantalla del portátil hacia él para que pudiera verla mejor.

—Veo algo que creo deberías cambiar.

—¿Ya? Pero si aún no has empezado a leerlo.

—La de la foto no pareces tú.

—¡Coño! Me he puesto directamente a repasar los textos y no me he dado cuenta de eso.

—Creo que deberías actualizarla.

—Pues no tengo ninguna con este pelo. Me lo corté ayer.

—Te puedo hacer una foto ahora.

—Pues sí, gracias —respondió Lara acercándole su móvil.

—Te la voy a hacer con mi cámara, salen mucho mejor. Ahora vuelvo.

David se fue al dormitorio y poco después regresó con una pequeña mochila de la que sacó una réflex digital.

—Vaya, tienes una buena máquina.

—Está bastante bien, sí. La necesito para captar buenas imágenes de los interiores de las viviendas. Tengo un gran angular para esa función. Te voy a hacer unas fotos sobre el fondo malva de esta pared, y luego las repetiremos en la otra con el fondo blanco a ver en cuál queda mejor.

—Como tú digas.

—Bien. Levántate y ponte aquí.

Lara obedeció y se situó donde le indicaba. David le hizo un par de fotos cerca de ella sin prestar apenas atención. Observó el resultado en la pantalla y a continuación cambió el objetivo. Luego se separó de ella hasta llegar a la pared opuesta y se dispuso a enfocar de nuevo.

—Eyyy, que la foto debe ser un primer plano —protestó Lara.

—Por supuesto, pero me falta luz. Quiero probar con el flash, y tengo que alejarme para que no te ilumine en exceso. Estoy aplicando el zoom así que tranquila que solo se te verá el rostro.

—Parece que entiendes mucho de fotografía.

—Que va, lo justito. Tengo un amigo, Carlos, que me ha enseñado algunas cosas. Él sí que sabe de esto.

David accionó el disparador. De nuevo volvió a mirar con atención la pantalla de su cámara, corrigió unos valores y volvió a disparar. Revisó el resultado y por su expresión parecía satisfecho. Luego se acercó a Lara.

—Ya tengo el encuadre, la luz… Ahora solo me falta la modelo.

—¿Cómo?

—A ver Lara, tienes cara de funeral, y lo entiendo, pero en esta foto tienes que transmitir empatía, cordialidad, ilusión… Sé que es difícil en tu situación pero tendrás que imaginarte que eres una actriz.

—No se me da bien fingir —respondió Lara con cierta resignación.

—Es que no tienes que fingir Lara. Tú eres así. En las fotos que te acabo de hacer se te ve muy guapa pero triste, falta entusiasmo. Hay que conseguir una sonrisa no forzada y recuperar el brillo de tus ojos.

 

 

 

David cogió con suavidad el mentón de Lara, lo giró levemente hacia un lado y la observó detenidamente sin soltarlo. Luego volvió a repetir el movimiento en sentido contrario y lo inclinó un poco hacia abajo, hasta que finalmente lo apretó ligeramente como queriendo indicar que esa era la posición en la que debía quedarse.

—Lara, eres una mujer guapísima, con unos ojos… Concéntrate en recordar los mejores momentos de tu vida, situaciones que te hicieron reír o esos sueños que con tanta ilusión imaginas. Mira a la cámara sin mover el rostro y olvídate de mí. Piensa solo en lo que te he dicho.

—Vale, lo intentaré.

—David se alejó hasta su posición inicial y el flash empezó a emitir destellos. Cada vez que accionaba el disparador le hacía algún comentario: “Fantástico…, muy bien…, genial…, estás preciosa…, luego ya me contarás que es eso que te hace sonreír de forma tan maravillosa…”

Lara se sentía bien, muy bien. David había conseguido que se olvidara por unos instantes de lo sucedido en las últimas veinticuatro horas, y ahora estaba disfrutando de unos momentos muy agradables, y su rostro no era ajeno a esta circunstancia.

—Lo difícil va a ser elegir una —comentó David dando por finalizada la sesión fotográfica y dirigiéndose con la cámara hacia su ordenador.

—Claro, has hecho tantas…

—Y en todas estas genial.

—No sabía que fueras tan halagador.

—¿Halagador? Ya las verás tú misma.

Cuando concluyó la descarga David le cedió su silla para que pudiera ver mejor las fotos en la pantalla del pc.

—¡Uauuu! ¿Esta soy yo?

—Por supuesto que sí —respondió David orgulloso del resultado.

—Es que no me acostumbro aún a verme con este pelo.

—Estás guapísima…. —dijo David casi con un susurro, y con una voz tan grave que Lara sintió como la piel se le erizaba.

Como impulsada por un resorte Lara se levantó de la silla y se fue hacia el sofá mientras decía:

—Envíamelas por mail, por fa, y ya elijo una y la pongo en el curriculum.

—De acuerdo. Dame tu dirección y te las envío ahora mismo —respondió David extrañado por la súbita reacción de Lara. “A veces cuesta entender las reacciones de las mujeres” —pensó—, “quizá haya sido un mal recuerdo” —se dijo a sí mismo.

Lara se sentó en el sofá, de nuevo colocó el portátil sobre sus piernas y aparentó prestar gran atención a lo que veía en la pantalla. Con ello pretendía evitar seguir conversando con David. Hasta ese momento no se había dado cuenta pero de pronto tuvo la sensación de que estaba coqueteando con él, y lo que era aún peor, parecía muy sensible a sus encantos. “¡Pero qué estoy haciendo! Mi mejor amiga me abre de par en par las puertas de su hogar cuando más lo necesito, y yo…” —se reprendía así misma—. “Tengo que cortar esto de raíz, y además evitar en lo posible quedarme a solas con él. Está claro que le gusto. ¿Cómo no me he dado cuenta? ¡Soy una estúpida!”.

Respiró hondo y siguió reflexionando sobre el tema que ahora tanto le preocupaba. “Quizás estoy exagerando y David solo ha pretendido ser amable conmigo, volver a darme esa confianza que tanto necesito ahora, y hacerme sonreír. Lo cierto es que lo ha conseguido, es un encanto de hombre… Cuánto me ha reconfortado su abrazo en ese momento en el que rompí a llorar, y su silencio mientras desahogaba mis lágrimas. Cuánto he agradecido esa sensación de protección en su regazo. Ha estado muy correcto en todo momento, no ha habido ningún tipo de insinuación, simplemente me ha halagado un poco probablemente con la intención de animarme y hacer que me sintiera mejor. Creo que soy tonta, debo estar muy susceptible. Sí, eso es lo que ocurre, y ahora lo he dejado cortado sin más. Es un gran chico, y se ha portado muy bien conmigo. No sabe cuánto se lo agradezco”.

HACÍA TANTO TIEMPO …

 

 

De nuevo Irene volvió a interrumpir su insaciable deseo por culminar su excitación. Le quitó suavemente las manos que asían su cintura y las depositó sobre sus pechos mientras ella con las suyas hacía lo propio sobre su nuca. Comenzó a besarlo con fervor, alimentándose de sus jugos, impregnándose de su inconfundible sabor, mientras la piel se le erizaba por los hábiles tocamientos de él sobre sus pezones y las sutiles sacudidas de su miembro en su interior. Comenzó a mover sus caderas rítmicamente sobre él en sentido circular; un baile ancestral, ritual de exacerbación de los sentidos del cuerpo, de comunión íntima con el otro, de fusión apasionada de ambos, en continuo crescendo, sin retorno posible, jaleados por sus propios gemidos y el sudor de sus cuerpos, impulsados con frenesí hacia un desenlace inevitable y liberador que Irene no era capaz de retrasar por más tiempo. Ya no podía dominar su cuerpo, evitar sus temblores, ahogar sus gritos. El clímax la sorprendió sintiéndose inundada en su interior por él, aprisionada fuertemente entre sus brazos, estremeciéndose al ritmo de sus sacudidas. Suya, totalmente suya, en cuerpo y alma, desaparecida en la inmensidad de tanto placer, abrazada a su cuerpo con la consciencia perdida, escuchando la fuerte agitación de su respiración que parecía sincronizada con la de ella.

Desfallecida, sin percepción alguna del lugar ni del tiempo, arropada por los brazos de David y con el rostro hundido en su cuello, inhalaba ese aroma que cual elixir mágico hacía aflorar en su memoria sin orden aparente sucesivas imágenes de las primeras veces que hicieron el amor. Fotogramas aleatoriamente encadenados de sus ojos cuando la miraba, de su cuerpo saltando en la arena de la playa o saliendo del mar, de su sonrisa cautivadora y letal. Imágenes que hicieron brotar lentamente unas lágrimas que sus párpados intentaron inútilmente ocultar.

 

LA HERMANDAD

 

 

Él se mostraba atento, incluso cálido en ocasiones, como cuando la abrazó en el despacho del hotel, o ahora cuando cogió su mano apretándola con firmeza durante el despegue. Pero en ninguna de esas acciones observaba otra intencionalidad que no fuera el afecto. Tampoco en sus ojos, que se abstenían de mirar y recorrer su cuerpo con un mínimo de concupiscencia.

“Quizá yo no responda a sus gustos —pensaba Lara—, o esté acostumbrado a mujeres más adultas, y yo le resulte algo cría”.

“También cabe la posibilidad de que sea gay” —seguía elucubrando—. “Me entran ganas de provocarlo y ver qué pasa”.

Rápidamente desechó la idea, no quería hacer nada que pudiera molestarle. Él se estaba comportando como un benefactor, sin exigirle nada a cambio, salvo la promesa de guardar el secreto. Por un momento llegó a recordar algunas películas sobre los templarios, sobre todo la última que había visto, Ironclad, y el gran esfuerzo del personaje, Marshall, por mantenerse fiel a su voto de castidad, pese a la irresistible atracción que siente por Isabel, la dama del castillo de Rochester.

Esa es la sensación que le producía Marcos, la de un caballero templario, muy exigente consigo mismo, y con estricta observancia a sus creencias. Toda su amabilidad y atención hacia ella estaban exentas de cualquier tipo de picardía.

No podía decirse que fuera un hombre guapo, aunque era evidente que debía tener un cuerpo escultural, pero sí enormemente atractivo, quizá debido a su estilo, y a esa desbordante y singular personalidad. Sin pretenderlo, al menos aparentemente, resultaba terriblemente seductor, y no solo para Lara. Ella había comprobado cómo le miraban las demás mujeres que se cruzaban con él, aunque él parecía ajeno a ello.

Lo observaba a hurtadillas y se dio cuenta de la seriedad de su rostro, incluso cuando la miraba a ella durante la conversación.

—¿Te preocupa algo? —le preguntó Lara.

Se sorprendió ante la pregunta de ella, pero rápidamente recuperó la compostura.

—Perdona, estaba algo distraído —respondió. Al cabo de unos segundos añadió:

—La verdad es que sí. Eres buena observadora.

—¿Y puedo preguntarte qué es?

—Ya lo estás haciendo —contestó con una ligera sonrisa—Quizá todo haya sido muy precipitado. No sé lo suficiente sobre ti.

—Entonces… ¿tiene que ver conmigo?

—Sí, claro. Por lo general somos mucho más minuciosos a la hora de seleccionar a las personas y proponerles estudiar en nuestra Hermandad. Yo en esta ocasión me he dejado llevar por la intuición, y también por…, no sé, quizá por mis emociones.

Lara no entendía muy bien su temor, pero le gustó y mucho esa referencia a “sus emociones”, que al parecer ella había despertado en él.

—Puedes estar seguro de que cumpliré el juramento, y nadie sabrá nada sobre vuestra Hermandad.

—Confío en ti en ese aspecto.

—¿Cuál es entonces el motivo de tu preocupación?

—Cuando te entrevisté en mi despacho de Xanadú te hice diversas preguntas, me di cuenta de lo incómodas que te resultaban algunas de ellas, y por eso prescindí de hacerte otras que también eran necesarias. Tomé la decisión de exponerte el tema sin tener la suficiente información sobre ti.

—Pregúntame lo que quieras Marcos. Te responderé con sinceridad —le dijo Lara que le dolía en el alma ver la seriedad y preocupación en el rostro de Marcos por su causa.

—Ya te comenté que el mentor asume una gran responsabilidad, y también riesgo, cuando propone a alguien. Y hay temas que ni siquiera te llegué a plantear.

—Pues hazlo ahora —replicó Lara con decisión.

—De acuerdo.

Marcos guardó silencio durante unos segundos, como buscando la mejor forma de formular sus preguntas.

—Tienen que ver con aspectos de tu sexualidad.

“Me lo temía” —se dijo Lara para sus adentros.

—Soy hetero —respondió Lara anticipándose a su posible pregunta—. Y no soy virgen —añadió sin saber muy bien por qué.

Lara se mordió los labios para no preguntarle: “¿Y cuál es la tuya?”.

—No es eso. En realidad ese aspecto no importa, tu condición sexual no es un criterio de selección. Lo que me preocupa es tu liberalismo, tu concepto de la sexualidad.

Lara había imaginado por un momento que podía referirse a su posible promiscuidad. Seguía recordando lo del caballero templario. Quizá el voto de castidad formaba parte de las obligaciones durante sus estudios. Pero él hablaba de “concepto”, y no terminaba de entender a qué se refería.

—Verás Lara, entre las diversas materias que estudiarás, también están el tantrismo hindú y el taoísmo chino. No sé si estás familiarizada con ellas.

—La verdad es que no.

 

 

 

—Son disciplinas orientales que subrayan la trascendencia religiosa y espiritual de la sexualidad. Como podrás imaginar ambas son muy antiguas, y muy respetadas en sus respectivas culturas. Atribuyen mucha importancia a las posibilidades de determinadas técnicas sexuales con el fin de alcanzar la iluminación mística, la regeneración corporal y la longevidad, así como la unión con la divinidad.

—Me parece muy interesante.

—Los textos alquímicos antiguos abundan en simbolismos que hacen alusión a técnicas secretas de la sexualidad sagrada, y probablemente derivaron de un sistema egipcio homólogo al tantrismo y el taoísmo. Que tales tradiciones existían nos lo revela el texto llamado el “Papiro erótico de Turín”, que es la ciudad donde se conserva, y durante mucho tiempo estuvo considerado como un ejemplo de pornografía egipcia. Esta consideración lo que demuestra es un clásico error académico occidental consistente en confundir un ritual religioso con la pornografía.

—No me extraña teniendo en cuenta como ha sido considerada siempre la sexualidad en el mundo occidental. Uno de los más graves pecados —apuntó Lara.

—Efectivamente. Occidente tiene mucho que aprender para ponerse a la altura de los antiguos egipcios y su aceptación total de la sexualidad como sacramento.

—Imagino que la religión basada en el cristianismo habrá tenido mucho que ver en nuestra visión sobre la sexualidad.

—Por supuesto. En estas antiguas culturas la sexualidad se sublimó incluso por encima del arte, hasta ser vista como un sacramento, es decir, aquello que hace posible para los participantes la unión con la Divinidad. Esa es la razón de ser del tantrismo, un sistema místico de unión con los Dioses por la vía de ciertas técnicas sexuales como la carezza.

—¿La carezza?

—Sí. Es la obtención de un estado de arrobamiento sin llegar al orgasmo.

A Lara esta aclaración le produjo una inevitable humedad en sus partes más íntimas.

—El tantrismo viene a ser como “las artes marciales” de la práctica sexual y exige un largo y disciplinado entrenamiento tanto para el hombre como para la mujer…, considerados iguales por cierto.

La humedad de Lara se convirtió en una verdadera inundación después de la última aclaración de Marcos. “Sí que estaba yo equivocada suponiendo lo de la castidad…” —pensó Lara a la vez que suspiraba aliviada mientras un montón de mariposas revoloteaban en su estómago y se acercaban peligrosamente a su entrepierna.

—A mi me parece muy bien todo lo que me has expuesto. Es más, tengo verdadero interés en aprender todo lo posible sobre estos temas. Ya sabes de mi enorme curiosidad por descubrir y conocer cosas nuevas, y esto además me resulta especialmente interesante y atractivo —respondió Lara con sinceridad intentando disipar esas dudas en Marcos que parecían ser el motivo de su preocupación.

—Me alegro de escucharte decir eso —contestó él pero sin que su rostro cambiara de expresión.

—Aún así tengo la sensación de que sigues preocupado —le preguntó Lara.

Después de unos segundos durante los cuales Marcos parecía meditar la respuesta, dijo finalmente:

—El sábado asistirás como espectadora a un ritual de iniciación al tantrismo, y el domingo podrás participar ya en el segundo —respondió con voz grave y la expresión de quien finalmente confiesa un delito ante la insistencia y presión de sus interrogadores.

Lara tragó saliva mientras un ligero temblor sacudía su cuerpo y el corazón le latía agitadamente.

—Todo esto debería habértelo dicho el miércoles cuando nos vimos en el hotel —añadió Marcos con gran pesar.

—No hubiera cambiado mi decisión de acompañarte —afirmó Lara con rotundidad.